sábado, 21 de abril de 2018

Velillas. El sendero de la fuente









Andando el tiempo, después de unos cuantos años alejado del lugar, uno mira la foto de aquella fuente de antaño al final del sendero junto al árbol que le daba sombra y pegada prácticamente al caserío del pueblo.  Y siente como si ahora la realidad se mostrase mucho más ligera y recogida, a la par que cercana, a la contemplación.
Quizás por ello, el recuerdo se hace presente de inmediato, a pesar del tiempo transcurrido.  Y no puedo por menos que rememorar cuántas veces, cuando chaval, mis pasos me llevaron hasta esta fuente, especialmente en el tiempo de verano, botijo en mano, para recoger aquel agua tan fresca que de su interior manaba y que mitigaba con profusión la sed de los cansados jornaleros que en las eras, junto a nuestra escuela, bregaban con la mies a pleno sol abrasador de julio y de agosto.
Aún recuerdo con meridiana claridad, cómo el agua fresca de aquel botijo, recién acarreada por mí, parecía darles vida por momentos para poder continuar cada día con la faena.  Que era mucha y muy pesada.
A veces, en estos pequeños viajes de ida y vuelta desde la era hasta la fuente, y a pesar del sol de justicia que caía sobre el pueblo, me entretenía algún tiempo rastreando la presencia de alguna rana despistada o, en ocasiones cantarina, en el arroyo que discurría paralelo al sendero de la fuente.
O también, observando las rápidas evoluciones de algún pequeño renacuajo sobre el agua de este arroyo.  O las vistosas mariposas que me acompañaban en ocasiones en el camino, bien a la ida o bien a la vuelta, revoloteando alegres a mi alrededor.
Y, si la urgencia del agua fresca no era mucha, olvidaba por momentos el mandado y me entretenía también buscando el nido de aquel pájaro del campo que había salido de pronto despavorido frente a mí de entre los matorrales del camino.  Y si lo encontraba, lo guardaba para mí como el mayor de los secretos. Observando en los días posteriores la evolución de los polluelos con exquisito cuidado; hasta que un buen día, al mirar en su interior me encontraba con que el nido estaba ya vacío porque los pajarillos habían crecido lo suficiente y habían volado huyendo del lugar…
En tanto que el encargo que se me hacía, mientras hubiese faena en las eras del pueblo, se repetiría día a día; lo que me llevaría a tener que recorrer de ida y de vuelta aquel sendero hasta la fuente en repetidas ocasiones, y transportando en mi botijo aquel agua tan fresca que tanto bien hacía a los obreros de la mies.
Sendero, que puede que aún guarde, siquiera en el recuerdo, alguna huella de mi paso por él durante tantas jornadas de los estíos de Velillas de aquellos años.


José Javier Terán.








1 comentario:

hasieran dijo...

Hermosa foto y entrañable texto. Si no hay impedimento, me gustaría editarla en mi blog para la edición de la cantiga 227 de Alfonxo X el Sabio.
Saludos y muya agradecido.

http://hasieran-kobazuloa.blogspot.com/