martes, 27 de septiembre de 2016

MI SALIDA DEL PUEBLO.II.



Me invita la administradora a compartir mis recuerdos de la salida del pueblo para ir a estudiar al colegio “de los frailes”.

Realmente, el relato de Tasio me lo ha puesto fácil, sobretodo en el campo de los sentimientos. No obstante, los 15 años de diferencia (estamos en 1965) mejoran considerablemente el transporte: ya teníamos “Abagón” y el tren de la Robla, que seguía lento y con asientos de madera, había mejorado la seguridad del revisor.

Recuerdo con nitidez la tarde en la que entró D. Manuel en la escuela acompañado de otro sacerdote. Nos explicó que pertenecía a una Orden religiosa que tenía un colegio en Cervera de Pisuerga. Tras hacernos una exposición del colegio, de su situación privilegiada y de las muchas excursiones que podíamos hacer, solicitó levantar la mano a quien estuviera interesado. Yo la levanté; siempre he pensado que la garantía que aportaba D. Manuel en esa situación, de quien tengo un buen recuerdo, me hizo tomar la decisión.

Tras una breve entrevista y la aprobación de la familia se da por concluido el trámite. En el mes de Junio llega una carta del colegio donde se me asigna un número (210), que mantendré durante todos los años en el mismo, y se especifica el ajuar básico que hay que llevar.

Llegado septiembre, con 10 años, una maleta grande y cierta angustia nos dirigimos al colegio. Aquí el “nos” es importante, ya que al ser tres los compañeros, mitigaba la tensión.




Todo era enorme; al menos a mí me lo pareció: el dormitorio, el salón de estudio, los pasillos… Una vez asentados, empezó la disciplina: horas de estudio, trabajos manuales y los correspondientes recreos.

Durante las primeras semanas formábamos grupo los compañeros del pueblo y los que procedían de Velillas del Duque y de Villaproviano. Poco a poco el grupo se fue ampliando con compañeros de otros pueblos de las Provincias de Palencia, León y Valladolid. Con alguno de los cuales hoy mantengo contacto y amistad.

El primer año fue duro. Tuvimos vacaciones de Navidad y Semana Santa, pero sin salir del colegio; todo el curso de un tirón. Pasada aquélla “prueba de fuego”, los siguientes fueron mucho más llevaderos.

A parte del estudio, después de comer teníamos “trabajos manuales”. Estos se concretaban en tres sectores: comedor (recogida y preparación de las mesas),limpieza (pasillos, dormitorio y aulas) y ayudante de cocina. Este último consistía en pelar patatas (muchos kilos) y limpiar pescado (muchos chicharros).

Cuando llegaba la primavera, y el tiempo lo permitía, hacíamos excursiones, bien el sábado por la tarde o bien el día completo. Así fue como llegamos a coronar el “Pico Almonga”, muy próximo al colegio, y hacernos la ruta de los pantanos: pantano de Ruesga, Pantano de “La Requejada” y pantano de Aguilar. Y el día completo que pasábamos en el Santuario de la Virgen del Brezo.

En invierno, los domingos por la tarde, el salón de estudios tornaba en sala de cine. Y empezamos a soñar con las películas del Oeste americano, las historias de romanos y las risas de “El Gordo y el Flaco”.

En Cervera se hacían tres cursos: ingreso, Primero y Segundo de Bachillerato. Los siguientes se cursaban en otro colegio que la Congregación tenía en Amurrio (Álava).


Aquí el viaje ya se complicaba más. Primero “el Abagón” hasta Santibáñez de la Peña y luego el tren “La Robla” hasta Bilbao. Tras muchas horas y muchas paradas llegábamos al destino, donde siempre había que correr para poder llegar a la estación de Renfe y coger el tren de cercanías (eléctrico) que nos llevaba hasta Amurrio. En este colegio se cursaban desde tercero hasta sexto de Bachillerato y la correspondiente Reválida (tan de actualidad en estos momentos).

Creo que me estoy extendiendo demasiado, así que concluiré diciendo que, veteranos como ya éramos y hechos a la disciplina, de todos estos años yo guardo un agradable recuerdo. De las excursiones que seguimos haciendo, destaca la que realizábamos a la Virgen de Orduña, a través del puerto.

Ya en Palencia, Curso de Orientación Universitaria y prueba de acceso. Pero eso ya es otra historia. O quizás, otro capítulo de la misma...


Un saludo, 


                                                    FLORENTINO LERONES










jueves, 22 de septiembre de 2016

MI PUEBLO ES EL MEJOR


   Quintanilla de Onsoña participa por primera vez en el  concurso MI PUEBLO ES EL MEJOR organizado por el Diario Palentino.


     Hoy (22-09) sale en la contraportada del periódico la foto con la que participamos, tomada en la cena de disfraces de las fiestas del verano.












viernes, 16 de septiembre de 2016

MI SALIDA DEL PUEBLO



     Tenía razón el Ingenioso Hidalgo en pretender que su Primera Salida fuera consignada para la posteridad en letras de oro y con las expresiones más solemnes.

     Y tiene razón la abnegada gestora de este blog en pedir a los ‘emigrados’ de Quintanilla que evoquemos nuestra primera salida. Porque el partir para dar a la propia vida otro rumbo u otra dimensión es cosa que marca un hito significativo en la biografía de una persona.
      Pero, ¡ay!; nuestros complejos mecanismos neuronales no siempre conservan los acontecimientos en un orden coherente y con profundidad proporcional a la importancia de cada vivencia; menos aún retienen el sentir con que entonces las experimentamos; ni guarda, a nivel consciente, la exacta huella que en nosotros han dejado. Es mi caso hoy, 66 años después. De mi salida de Quintanilla, en septiembre de 1950 a los doce años, en mi pobre y caprichosa memoria sólo quedan ahora algunos jirones inconexos y banales, y muy poco de las vibraciones con que viví todo aquello, lo cual resulta frustrante y un poco vergonzante.
      
ANTECEDENTES
      Tío Felipe, primo de mi padre, Agustino, venía algunos veranos a nuestra casa, donde era poco menos que venerado. Él debió insinuarme alguna vez la sugerencia de seguir sus pasos como religioso, pues me han contado (mi propia memoria no llega tan atrás) que en una ocasión le respondí: “No, yo no; pero usted, que ya lo es, siga en ello”.
      Sin embargo, andando el tiempo, la idea fue cristalizando y nuestro tío sugirió para mí, no su propia orden, sino otra congregación también de espíritu agustiniano pero más moderna: los Agustinos de la Asunción (a la que, por cierto, sigo perteneciendo), fundada en Francia en el siglo XIX, y establecida en España, con un internado en la villa de Elorrio (Vizcaya).


      El contacto directo se estableció finalmente a través de un Padre de esa comunidad e hijo del veterinario de Bahillo. Él vino a conocerme y a ‘examinarme’ en cuanto a formación escolar, encontrándome satisfactoriamente preparado.

ENTORNO CON EL QUE IBA A ROMPER
        Eran simplemente los distintos círculos relacionales propios del lugar y de mi situación del momento: además de la familia,
La calle.- La cuadrilla de coetáneos: el primo Tino (Celestino García), Tinín (Laurentino Cófreces), Vicente, “los melgos” Angel y Lucilo, Mariano, Felipe (F. Vegas) etc.
La escuela.- Los mencionados junto con otros menos cercanos en edad; y la sección femenina (sin mayúsculas ni entrecomillado ni en cursiva): Margarita, Pili, Felisa, Florencia, Eugenia etc.      –léanse esos nombres precedidos del artículo “la”, claro– y otras también más distantes en la edad. Todos debidamente instruidos a diario por el respetado magisterio de Don Isaías.
La iglesia o, más exactamente, la sacristía.- El grupo de monaguillos de Don Francisco (varios de los citados y Germán, decano de prestigio entre nosotros).
La fragua.- Me detengo más aquí porque éste fue un ámbito de socialización importante para mí, y no común a todos.
              La fragua era lugar de tertulia animada para muchos hombres del pueblo y de fuera (a la medida de la amplia clientela de mi padre), que allí esperaban mientras sus herramientas eran puestas a punto, o que venían simplemente a pasar el rato y encontrarse con otros (o, en invierno, a ‘echar piolitas’ a sus albarcas) o por otras mil razones. Día tras día oía yo aquellas conversaciones tan variadas durante las largas horas que también yo pasaba en la fragua ‘tirando del fuelle’ que avivaba el fuego de la tobera, o dando a mi padre, y a su ‘oficial’, las herramientas que requerían en el herrado de las caballerías o en otros trabajos. Seguro que todo aquello iría filtrando en mí un cierto conocimiento del mundo y de la vida.
              Mis pinitos en el campo de la forja no pasaron de unas cuantas “eses” (elementos en forma de S para unir cadenas o enganches) de regular factura; nada comparable con las ‘obras maestras’ que ya para entonces envidiaba yo a mi hermano Sine.
             Y lo que más me gustaba era el verano, por el trasiego de desmontar y montar las máquinas de segar Deering o McCormic con objeto de limpiarlas a principio de temporada o para reparar, siempre con urgencia, las frecuentes averías que sufrían en la azarosa tarea de la siega.

INMEDIATAMENTE ANTES...
        Del tiempo inmediatamente anterior a mi partida recuerdo bien el intenso trabajo de mi madre y mis hermanas para marcar con mis iniciales (y en parte confeccionar) la ropa que yo había de llevar al colegio. No supe entonces apreciar, en absoluto, la labor de aguja que ello suponía; pero sí lo he valorado, ¡y mucho!, de mayor; quepa en estas líneas una nueva expresión de gratitud a mi madre y a Feli, Florentina y Espe porque se dejaran los ojos y se les entumecieran los dedos en tan ardua y tediosa tarea, no sólo aquel primer año sino, casi otro tanto, cada uno de los cursos siguientes al renovar el ajuar.
       Todo ello iba a viajar en una maleta nueva que se había encargado al taller del señor Nicolás para mi mudanza: bien hecha, de madera, grande, color marrón oscuro, con cerradura y dos broches; es otra imagen de entonces que mi frívola memoria tiene archivada con más claridad de la que merecería.

       Más significativo me resulta hoy otro objeto que recuerdo con la misma precisión: una imagen de la Virgen del Valle, en blanco y negro, pero como plastificada, con un pie de cartón al dorso para que se tuviera de pie. Me la entregó mi  madre en los últimos momentos haciéndome entender que confiaba mi futuro a Su maternal protección, y recomendándome que la honrara devotamente. Y, en efecto, aquella imagen presidió durante años mi pupitre de la sala de estudio.

Nada recuerdo sobre el palpitar de mi corazón en la última despedida de los míos (cosa que mucho me duele y no le perdono a mi ineficaz retentiva, como volveré a decir). No dejaría de resultarme muy emotiva, naturalmente, pero no creo haber vertido lágrimas, más allá del probable enternecimiento por contagio de las de mi madre y hermanas. De donde deduzco que la escena no debió de ser muy dramática. Además yo sentía, desde algún tiempo atrás, un difuso anhelo de cambiar de aires, lo que debió contribuir a suavizar el desgarro de la ruptura.

 EL VIAJE
1ª etapa.- Salí de casa en una camioneta que transportaba grano, no sé de quién ni adónde; pero me veo con claridad cómodamente sentado encima de los sacos y estrenando entonces el guardapolvo que el colegio pedía como prenda de ‘a diario’. También recuerdo, claro, que me acompañaba mi padre, que supongo iría en la cabina del camión.
      No sé hasta dónde nos llevó aquel vehículo; probablemente hasta Saldaña o a Guardo, que era donde teníamos que coger el tren para Bilbao. Me acuerdo de haber tenido que “hacer noche” en Guardo una vez, en casa de unos parientes lejanos, pero no sé si fue en este primer viaje o en los de regreso al colegio en años sucesivos.
2ª etapa.- En Guardo, pues, vi el tren por vez primera y lo utilicé; el tren de La Robla. Mucho me llamó la atención ver cómo el revisor ‘picaba los billetes’: desde fuera, estando el tren en marcha. En efecto, los vagones constaban de compartimentos de dos asientos corridos frente a frente, aislados de los compartimentos contiguos y cada uno con su puerta al exterior; pero a lo largo de todo el vagón corría un estribo de tabla por la que se desplazaba el revisor sujetándose a distintos asideros y controlando los billetes en cada compartimento a través de la ventanilla. Bien recuerdo a aquel hombre, con su guardapolvo azul tremolando al aire por la velocidad (nada vertiginosa) del convoy. No pensé en averiguar si cobraba un plus de peligrosidad.

      Pero yo quería sobre todo ver bien ‘la máquina’, la locomotora. Nos pareció que la parada de Balmaseda se prestaría a ello, pues sería más larga que las demás. Esta equivocada parcialidad a favor de la villa vizcaína se debía sin duda a que me resultaba más familiar (y por ende más importante) porque en ella vivía Froilán, pariente de tío Eusebio y tía Heriberta que habían venido alguna vez por Quintanilla con su hijo Fabri, de mi tiempo, quien nos hablaba mucho de su pueblo. Pero los horarios de La Robla, serios e inflexibles (?), nada sabían de preferencias ni excepciones para Balmaseda; y así, a poco de habernos bajado, y de camino hacia la locomotora, ya el jefe de estación tocó el silbato al tiempo que agitaba su banderín verde. Mi padre y yo hubimos de correr un poco para no quedarnos en tierra y reubicarnos en nuestro compartimento.
3ª etapa.- Nada recuerdo de la llegada a Bilbao ni del traslado a la estación de Achuri para tomar el tren eléctrico que nos llevaría finalmente a nuestro destino, Elorrio. Sólo que era ya de noche y que en muchos tramos el ruido del tren era como un bufido, que a mí me impresionaba porque sugería una gran velocidad (aunque se debía más bien a que a menudo transcurría encajonado entre altos ribazos por ambos lados).
       También puedo evocar con precisión mi sorpresa al oír por vez primera el euskera que hablaban algunos de los viajeros. Mi padre me explicó, pero en sus propios términos, que se trataba del idioma local.
      Supongo que en la estación de Elorrio nos estaría esperando alguien del colegio, bien distante, pero
no puedo dar fe de ello.
     Pero lo que más me irrita y abochorna (dicho quede por última vez) es que ni siquiera recuerdo la despedida de mi padre, al día siguiente, para su regreso a Quintanilla; ni nada de mis emociones al cortarse aquella última hebra de los lazos tangibles que me vinculaban a la familia y a mi universo de Quintanilla. Quiero creer que, como los últimos abrazos antes, en el pueblo, tampoco esta despedida revestiría gran dramatismo.

        
INMEDIATAMENTE DESPUÉS
         La siguiente imagen, cronológicamente, que contemplo me sitúa ya en la gran sala de estudio del colegio, encontrándome bien entre los demás chicos de cerca (Bahillo, Itero, Villota) y de lejos (Burgos, Logroño, Vascongadas, Navarra), para el ejercicio de recibir los libros escolares.    
         Acostumbrado a la Enciclopedia de la escuela, me sorprendió que allí hubiera un libro para cada asignatura. Especialmente confuso me resultaba que uno se llamara ‘de Matemáticas’, pues la Enciclopedia me había familiarizado con otra terminología –Geometría y Aritmética– y lo de ‘Matemáticas’ era una extraña novedad (después no se me debió dar mal el trato con los libros, ya que, transcurrido el primer trimestre, me pasaron sin más del Primero al Segundo curso de aquel ciclo de Secundaria, modificado, vigente entonces en el centro).

Más torpe debí ser en otros aspectos prácticos, porque el último jirón de memoria que me queda sobre mi nueva situación, y que por lo banal me sonroja conservar, es la zozobra que me embargó al hacer la cama por vez primera con las sábanas que traía de casa: no recordaba las explicaciones que muy claramente se me habían dado sobre cuál iba arriba y cuál abajo (¿o era tal vez sobre qué borde iba a la cabecera y qué otro a los pies?). No sé cómo resolví el dilema, pero no recuerdo que después me quitara mucho el sueño.
      Ni tampoco que yo desaprovechara las noches con aflictivas añoranzas más allá de lo razonable.

      Nada más. Amistosamente, y con mis disculpas a quien haya tenido fuerza de voluntad y resistencia para leer hasta aquí de este prolijo y poco sustancioso “patchwork” sobre mi Primera Salida de Quintanilla.



                                                                                                                  Tasio








miércoles, 14 de septiembre de 2016

ESTO ES TAMBIÉN EL VERANO (Y II) 


 
Foto: Iglesia de Velillas del Duque (Internet)
 
 
en aquellas vacaciones de verano en las que habíamos dejado en el capítulo anterior a los escolares de Velillas del Duque de aquel entonces –entre los que me encontraba-, y teniendo siempre presente los consejos de nuestra maestra, el ayudar en las faenas agrícolas en el hogar era algo que, incluso, llevábamos muy a gala y que cada año iban aumentando en dedicación y responsabilidad añadidas. Y eso nos enorgullecía porque, entre otras cosas, significaba que nos íbamos haciendo mayores, algo que buscábamos con verdaderas ansias y que comprobábamos en cada nuevo encargo que se nos encomendaba.
 
Así como con alguna otra tarea que, dentro también de estas faenas del campo, asumíamos con interés por la novedad que representaba para nosotros, como era el acompañar y ayudar, en la medida de nuestras posibilidades, a los mayores de la casa, de madrugada, en el acarreo de la mies hasta la era, pero eso sí, en lo que se conocía como el “segundo viaje”, o sea amaneciendo ya.  Que en realidad, no sé por qué ese interés, si nos tocaba madrugar de lo lindo; aunque a los chavales, lo que más nos gustaba de todo aquello era ir subidos en lo alto del carro, encima de la mies, hasta llegar a la era. 
 
Luego, vendrían los trabajos de la trilla de esta mies en la era durante todo el día, en los que colaborábamos también de una manera evidente. Si bien, estábamos deseando que estos concluyesen pronto para así tener tiempo libre y reunirnos de inmediato con los amigos en la plaza, contarnos las incidencias del día y sumergirnos en los pormenores de algún juego que otro.
 
Y así jornada tras jornada, pero con el pensamiento puesto en los primeros días de septiembre, porque en esas fechas se celebraban las fiestas en la vecina localidad de Saldaña, a la sazón capital de toda aquella amplia Comarca. Y, para nosotros, verdadera referencia plástica donde podíamos encontrar todo aquello que precisásemos para el día a día en el pueblo; y donde cada vez que acudíamos, se nos abría todo un mundo diferente al que conocíamos, lleno de posibilidades, ni siquiera imaginadas antes.
 
 Así que, cuando llegados los primeros días de septiembre, con la cosecha ya recogida, acudíamos a Saldaña para vivir su fiesta –que era un poco la de toda la Comarca- la emoción que sentíamos en la procesión con la Virgen del Valle, la posterior comida en la campa y luego la visita a las atracciones de feria –con los increíbles coches de pista-, era inimaginable.
 
(Publicado en el Periódico "Diario Palentino" el 14/09/2016)


J.TERAN




 

martes, 13 de septiembre de 2016

SEPTIEMBRE MALDITO



El ciclo se va cumpliendo ya que la rueda del tiempo no para, y sin darnos cuenta estamos metidos en septiembre que para muchos significa empezar un nuevo año (agrícola por ejemplo), o un nuevo curso escolar; vamos, que no estaría muy desfasado quien se decidiera a tomar las uvas el 31 de agosto.

Y a propósito de la vuelta al cole se me ocurre una reflexión sobre cómo ha cambiado, de lo que significa ahora a lo que era para los que vivimos la época en la que era casi sistemático ir a estudiar fuera, y al decir estudiar me refiero a cursar lo que hoy sería la ESO fuera de tu domicilio familiar, más concretamente en internados.

Analizado con la objetividad que da la reflexión con el paso del tiempo,  no cabe duda que lo que los padres buscaban era que sus hijos tuvieran una educación mejor que la que pudiera haber en un pueblo con un solo maestro para atender a toda la chiquillería de edades dispares, pero desde el punto de vista del muchacho/a esto tenía un significado distinto. Suponía que con 10 ó 12 años, en septiembre, tenías que olvidarte de la libertad de la que habías disfrutado durante el verano y prepararte para volverte formal, dejar atrás las zapatillas para meterte en unos zapatos nuevos, que podía comparase como cuando a un potrillo se le pone encima una silla de montar: “vas a estar sujeto”. A esto hay que añadir la perspectiva de alejarte de tu familia por tres meses, horarios rígidos, normas extrañas, costumbres distintas, compañeros nuevos, otras comidas, afrontar solito los problemas diarios, etc. Con este futuro tan prometedor ante tus ojos no es de extrañar que algunos nos echáramos literalmente al monte para evitar volver al colegio.

Para algún psicólogo moderno todas estas circunstancias podrían suponer el principio de desajustes emocionales que pudieran derivar de adultos en delincuentes como poco, carne de celda de presidio, pero aquí estamos, un poco raros sí, pero habiendo aprendido que la manera de valorar las cosas más cotidianas es perderlas temporalmente, como tantas veces les hemos escuchado decir a los que por circunstancias han o hemos tenido que alejarnos de nuestras raíces para buscar una vida mejor.

Y para terminar permitidme que me dé el gusto de una gran carcajada cuando hoy en día escucho lo duro que es para los críos la vuelta al cole: JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA.



                                                                                  CARMELO




miércoles, 7 de septiembre de 2016

ESTO ES TAMBIÉN EL VERANO (1)




Velillas del Duque (Foto Internet "Tomás")
 
 
Es justo en verano, cuando más concurridos se muestran nuestros pueblos y más protagonismo recobran, cuando a uno, que vivió en uno de ellos (Velillas del Duque, en concreto), tanto la niñez como la adolescencia, al regresar estos días a él, más le puede la nostalgia.  Y cada rincón del mismo que visita, es un cúmulo de recuerdos a lomos del tiempo.
 
Porque es la casa familiar y el gran patio central donde aprendiera a dar los primeros pasos, y luego fuera el escenario ideal de mis juegos de niñez a cualquier hora del día, en medio del mismo o a la sombra de la vieja higuera que nos proporcionaba aquellos abundantes y jugosos frutos; y con aquel par de gatos remoloneando de continuo por sus inmediaciones, siempre mimosos y atentos a cualquier porción de comida que se les ofreciese.
 
Es la escuela, donde comenzó a desarrollarse nuestra temprana inteligencia, asimilando un sinfín de conocimientos que nuestra maestra nos ofrecía día a día con inmenso cariño y dedicación; donde cultivamos nuestras primeras amistades que luego fomentaríamos en el tiempo de juegos; donde aprendimos que el mundo excedía aquellos límites territoriales nuestros y que era algo inabarcable, pero que nos gustaría algún día, cuando fuésemos mayores, poder comprobar por nuestros propios medios. Y que, aunque la escuela nos gustaba y a ella acudíamos cada día con aparente alegría, experimentábamos un gozo especial cuando llegaba el verano y la maestra nos anunciaba aquello de que, por vacaciones, se despedía de nosotros hasta pasados dos largos meses, que nos portásemos bien y que ayudásemos en casa todo lo posible...
 
Es el grupo de amigos, con los que aprendimos cada rincón del pueblo, cada calleja y cada guarida de los pájaros que gustaban de pasar la noche en aquellos alrededores. Y colegas con los que, aparte de jugar y jugar cada día en horas que se hacían interminables, o practicar nuestras particulares artes de pesca en los arroyos que circundan el pueblo y en las caudalosas aguas del río que riega sus tierras, experimentamos de manera incipiente la llamada del otro sexo y probamos a guardar el secreto. Y es el recuerdo que ahora se agolpa en mi mente cuando paso junto al lugar donde estuvo nuestra casa familiar, y me imagino partiendo toda la familia camino de la capital de la provincia, con nuestros enseres, para comenzar una nueva vida; algo que acabaría haciendo la práctica totalidad de los amigos y sus familias.

 
(Publicado en el Periódico "Diario Palentino" el 7/09/2016)



                                               J. Javier Terán



domingo, 4 de septiembre de 2016

OLORES


Olores de la infancia,
metidos en el cuerpo,
guardando la esencia,
de cada momento.

Olores de la trilla,
calientes y resecos,
olores de las mieses,
colmadas de tesoros".

Olores de los ríos,
rellenos de cangrejos,
Olores de las tierras,
repletas de promesas.

Olores de los vientos,
llegando desde lejos,
olores de los trigos,
cargados de misterios".

Olores de los hielos,
de un invierno fiero,
olores de los lagos,
reflejando el hielo. 





                                               3-3-2015   Agustín Relea Bores






jueves, 1 de septiembre de 2016

Cumpleaños septiembre 2016


FELICIDADES   PARA

MARTA (Abel), JOSE Mª (Estela), AZUCENA  (Nieta Pilar),
  
FIDEL,LAURA (Padre e hija,), , MAENA y QUIQUE (Desiderio)  

CELIA(JoseMª),ROBERTO(Espe).ABILIA(Señor Goyo) 

JESUS(Vino Aquilino),JOSE LUIS y NISIA(HIJO Y MADRE),ROCIO(JESUS),

ANAMARI(ESTER),CARMEN(Fino)

Y PARA TODOS LOS QUE CUMPLAN AÑOS  ESTE MES.

Si conocéis a alguien que cumpla  años este mes podéis  felicitarlo  dejando un comentario, decid  su nombre y lo pondremos aquí. Entre todos podremos completar la lista